Ricardo Mollo visitó ETER y habló de música, creatividad y mística en vivo
En un encuentro colmado de estudiantes y docentes de la carrera de Producción Audiovisual, el líder de Divididos compartió recuerdos, reflexiones sobre la industria, su vínculo con el folclore y su mirada crítica sobre la inteligencia artificial aplicada a la música. Con humor, cercanía y la humildad que lo caracteriza, repasó anécdotas personales y su forma de entender el arte.
Llegó con una ligereza sorprendente, acompañado por su representante. Los nervios eran palpables: más de cuarenta personas lo esperaban. Había guitarras, fotos, discos, libros… de todo para ser firmado. Ojos llorosos, recuerdos de niñez. “Traje este disco porque se lo pedí una vez a mi hermano y nunca se lo devolví. Prefiero devolvérselo con la firma de Ricardo Mollo, a ver si me perdona”, comentó entre risas Lucas Argüello, coordinador de la carrera de Producción Audiovisual de nuestra institución.
Me toca presentarlo. Lo miro a los ojos; yo, comida por los nervios. Él, con un aura única. Frente al auditorio estaba Ricardo Mollo, histórico referente del rock argentino, líder de Divididos, exintegrante de Sumo y una de las figuras más influyentes de la música latinoamericana. “Ya todos sabemos su nombre. Lo conocen abuelos, padres e hijos. Es uno de los mejores músicos de Latinoamérica. Les presento a Ricardo Mollo.” Aplausos, sonrisas, la ilusión del momento. Comienzan las preguntas.
La primera apunta al cambio de los encendedores por los celulares y su perspectiva frente a esa transformación: “Me da un poquito de tristeza porque todo se convierte en lo que va a pasar después y no en lo que está pasando. Es muy loco, porque la inmediatez te lleva a no disfrutar del momento”, responde. Recuerda cuando fue a ver a Björk en un teatro y un hombre sacó desesperado el celular para grabarla apenas apareció en escena. La propia Björk le pedía que viviera el momento. “Prefiero los encendedores”, remata. La sala estalla en risas; la tensión se disuelve.
Con la fachada rockera que lo caracteriza, se adentra luego en la inteligencia artificial aplicada a la música. “La inteligencia artificial es un cúmulo de datos. De ahí no podés sacar nada nuevo. Lo único que podés conseguir son cosas ya hechas y reubicadas. Es como un anagrama. No me genera nada. Es la conclusión de una máquina. Es un atentado a la creatividad.”
También habla de cómo tuvo que adaptarse a las nuevas formas de producir. “Juré no aprender Pro Tools… antes de la pandemia”, dice, sonriendo y mirando a la sala con complicidad. “Hasta que tuve que llamar a colegas para aprender a usarlo y encontrar la forma de hacer maquetas o demos. No me iba a quedar encerrado sin hacer nada.” Aunque hoy le resulta práctico tener un sistema de grabación en su casa, aclara que el último álbum está grabado en cinta de dos pulgadas, como se hizo siempre. “La diferencia es notable. Una cosa respira; la otra tiene un vidrio en el medio.”
Después se sumerge en cómo el folclore se filtró en la discografía de Divididos por historia y raíz personal. “Uno arrastra de chico lo que escuchaste: los encuentros en familia, en la casa de mis viejos, a los cuatro años, cuando mi hermano aprendió a tocar la guitarra y venían los vecinos. Se armaban unas guitarreadas tremendas.” Le brillan los ojos ante el recuerdo. “Llega un momento en que uno devuelve lo vivido.”
Habla también de su conexión con el folclore y de cómo ese fue un punto en común con Maradona. Sostiene que la música es un juego, que no se posee, y que perder esa idea es perder su esencia, porque después todo se acomoda solo, cuando menos lo esperás.
Luego reflexiona sobre lo que la música le devuelve a través de las emociones, como ver la reacción de sus fanáticos. “Cuando tocamos en España, la última vez, nos encontramos con muchos fans argentinos inmigrantes y es mucho más notable. Percibo lo que le pasa al otro durante las canciones, y de golpe tuve que dejar de ver al público por el nudo en la garganta. Eso te deja la música. Es emocional, actúa como forma telepática.”
Recuerda también su época como productor de La Renga, la confianza que le dieron y cómo aprendió el aspecto técnico junto a Gustavo Santaolalla, a quien considera un gran maestro. “Yo respeto mucho la obra de quien me convoca. No me metía en las letras o en las canciones. Lo que sí pude aportar fue que eso suene y se entienda como ellos quieren que suene. Es difícil para un músico estar del otro lado del vidrio cuando buscás un sonido de guitarra y estás emocionalmente involucrado. Mi trabajo fue ayudarlos con eso.”
Sobre la mística del vivo, cita una frase que le dijo Santaolalla: “En el vivo tenés las luces, la gente, el escabio… Tenés un montón de cosas que equalizan lo que está pasando.” Sonríe ante el recuerdo. “Cuando vos escuchás un disco, estás frente a un aparato sin todo ese entretenimiento; eso tiene que capturarte por sí solo.”
Por último, reflexiona sobre la necesidad de derribar la imagen del artista como semidiós, esa figura inalcanzable. “Hay que romper con eso del semidiós. No existe. Soy un obrero musical. Soy alguien que, con pasión, abraza una cosa y la puede compartir.”
*Luz Fondeville, alumna de 2do año de Producción Audiovisual