“MUCHA GENTE HUBIESE QUERIDO QUE ESTO NUNCA SE TRATARA”
Por Ignacio Merlo @carrumbe
En medio de la Semana del libro en ETER, la periodista Miriam Lewin pasó por la escuela y charló con alumnos y docentes sobre su investigación periodística que, junto a Olga Wornat, se transformó en el libro “Putas y guerrilleras”, en el que se cuentan historias de las mujeres que fueron víctimas de abusos por parte de los represores durante la dictadura militar.
Lewin escribe desde dos puntos de vista que, en algún punto, se cruzan entre sí. Por un lado, se involucró en la investigación desde el periodismo, pero, sobre todo, ella es una sobreviviente del campo de concentración de la ESMA. “Cuando nos enterábamos de que alguna de nosotras había sido liberada, teníamos la sensación de que algo había negociado con un represor. Algo había entregado a cambio. No sólo información, como cualquier varón, sino que las mujeres, además de traidoras por haber dado información, eran putas por haber tenido sexo con algún militar”, explica en referencia a lo que se pensaba mientras la dictadura transcurría entre quienes permanecían cautivos en los centros clandestinos.
Lo que Lewin no pensaba entonces, era que esa entrega por parte de la mujer no era más que un sometimiento: “No se me cruzaba por la cabeza cuando militaba. No podía entender que esa relación sexual no había sido porque la mujer accedía, o porque no podía hacer uso de su voluntad. Estaban coaccionadas por la situación que vivían y la asimetría de poder absoluta con los represores”, detalla. Y amplía: “La idea de acostarse con un torturador es la cosa más execrable del mundo”.
La distancia temporal con lo ocurrido fue dando lugar a que muchas de las víctimas que, por temor o vergüenza callaban, empezasen a hablar. El punto de partida fue cuando la Corte Penal Internacional de La Haya tomó esos crímenes como de Lesa Humanidad. “Ahí las cosas cambiaron. Sentí la necesidad de contar estas historias que, hasta el momento, no habían sido contadas”, explicó en referencia a la publicación del libro. Y agregó: “Creo que en algún momento hay que empezar a hablar de aquello que se calló por tantos años. El libro surgió como una necesidad urgente de entender qué era lo que pasaba”.
En el intercambio de preguntas con alumnos, surgió su visión sobre los crímenes a mujeres y delitos sexuales, más allá de lo ocurrido en la dictadura: “Cuando uno investiga a la víctima y no al agresor, lo que está haciendo es plantear que ‘por algo será’, de la misma manera que nos pasaba a nosotras en aquella época. Si la prensa pone el foco en destacar que la víctima usaba pollera corta, o un arito, o algo que provocase, se crea esa idea de que ‘¿Cómo no le iba a pasar? Si era una atorranta’, y es muy delicado plantearlo así”.
Entonces, “Putas y guerrilleras” se convierte en un documento –otro más–, que cuenta en detalle las historias particulares de las víctimas de la dictadura militar. Y por abundancia de casos, por ser este un momento en el cual los derechos humanos se han puesto en discusión, es probable que no sea el último texto que Lewin escriba al respecto. “Fue necesario que corriera todo esta agua bajo el puente para que este libro viera la luz”, concluyó.
Lewin escribe desde dos puntos de vista que, en algún punto, se cruzan entre sí. Por un lado, se involucró en la investigación desde el periodismo, pero, sobre todo, ella es una sobreviviente del campo de concentración de la ESMA. “Cuando nos enterábamos de que alguna de nosotras había sido liberada, teníamos la sensación de que algo había negociado con un represor. Algo había entregado a cambio. No sólo información, como cualquier varón, sino que las mujeres, además de traidoras por haber dado información, eran putas por haber tenido sexo con algún militar”, explica en referencia a lo que se pensaba mientras la dictadura transcurría entre quienes permanecían cautivos en los centros clandestinos.
Lo que Lewin no pensaba entonces, era que esa entrega por parte de la mujer no era más que un sometimiento: “No se me cruzaba por la cabeza cuando militaba. No podía entender que esa relación sexual no había sido porque la mujer accedía, o porque no podía hacer uso de su voluntad. Estaban coaccionadas por la situación que vivían y la asimetría de poder absoluta con los represores”, detalla. Y amplía: “La idea de acostarse con un torturador es la cosa más execrable del mundo”.
La distancia temporal con lo ocurrido fue dando lugar a que muchas de las víctimas que, por temor o vergüenza callaban, empezasen a hablar. El punto de partida fue cuando la Corte Penal Internacional de La Haya tomó esos crímenes como de Lesa Humanidad. “Ahí las cosas cambiaron. Sentí la necesidad de contar estas historias que, hasta el momento, no habían sido contadas”, explicó en referencia a la publicación del libro. Y agregó: “Creo que en algún momento hay que empezar a hablar de aquello que se calló por tantos años. El libro surgió como una necesidad urgente de entender qué era lo que pasaba”.
En el intercambio de preguntas con alumnos, surgió su visión sobre los crímenes a mujeres y delitos sexuales, más allá de lo ocurrido en la dictadura: “Cuando uno investiga a la víctima y no al agresor, lo que está haciendo es plantear que ‘por algo será’, de la misma manera que nos pasaba a nosotras en aquella época. Si la prensa pone el foco en destacar que la víctima usaba pollera corta, o un arito, o algo que provocase, se crea esa idea de que ‘¿Cómo no le iba a pasar? Si era una atorranta’, y es muy delicado plantearlo así”.
Entonces, “Putas y guerrilleras” se convierte en un documento –otro más–, que cuenta en detalle las historias particulares de las víctimas de la dictadura militar. Y por abundancia de casos, por ser este un momento en el cual los derechos humanos se han puesto en discusión, es probable que no sea el último texto que Lewin escriba al respecto. “Fue necesario que corriera todo esta agua bajo el puente para que este libro viera la luz”, concluyó.