SERGIO OLGUÍN: DEL PERIODISMO A LA FICCIÓN
Por Agustina Lanza
El reloj marca las cinco de la tarde en el barrio de San Cristóbal. Se demora más de una hora, pero llega, y se acomoda en la mesa que está frente al cuadro de Carlos Gardel. Sonríe agitado y pide perdón por su impuntualidad. Dice haber olvidado la cita en el Bar de Cao, de estilo fileteado y techos altos. El lugar es acorde a él, al periodista Sergio Olguín, que aprendió el oficio en la redacción cuando todavía no existían las escuelas de periodismo. Ahora está más abocado a escribir literatura.
“Mi nueva novela se llamará No hay amores felices”, anticipa. Explica que los protagonistas de sus novelas llevan muchas cosas de él: incomodidades, situaciones, frases al pasar, lo complejo de su infancia y un ajuste de cuentas con su propia historia en la Facultad de Filosofía y Letras. Ha escrito alguna vez literatura infantil, pero admite que se siente más versátil en el policial negro: “Ese género resiste desde la realidad”.
—Si no fueras periodista y escritor, ¿a qué te dedicarías?
Habría tenido un bar o un restaurante. Me gustaría escribir una novela donde haya un Sergio Olguín que es empresario gastronómico. Mi viejo lo era, y yo de chico lavaba platos. Siempre fuimos de familia muy humilde. Pero dimos un salto económico muy grande y nuestra condición económica mejoró notablemente. Tal vez, si existiera una vida paralela, trabajaría de eso y diría con nostalgia que debería ser escritor.
—Ya no ejercés periodismo…
Lo dejé hace dos años cuando cerró la revista El Guardián. Nos habían indemnizado muy bien y decidí que era el momento ideal para apostar a la ficción. Varias editoriales estaban interesadas para que escriba para ellos. Después de 30 años, ya no quería hacer más notas. Ahora falta eso que tenía que ver con la bohemia del oficio. Estamos limitados por las empresas que han dejado poco margen para el desarrollo de un trabajo propio. Han empezado a controlar la hora de entrada y salida del periodista como si fuera un oficinista. Además se definen por sus posturas radicalmente ideológicas. Hay pocos matices.
—¿Dónde encontrás esos matices?
En el periodismo realmente independiente de los grandes medios: blogs y revistas. Creo que no hay notas que no se puedan escribir, siempre hay algún medio interesado en publicarlas. En caso de que no, la autogestión es una salida.
—¿Estás a favor de las escuelas de periodismo?
Me alejé, pero de alguna forma quería estar en contacto y hace un tiempo doy clases de cultura y espectáculos en TEA. Me parece que son necesarias porque reemplazan parte del trabajo que antes hacían los periodistas viejos en la enseñanza de la labor. Hoy esa formación falta dentro de las redacciones. No se dedica mucho a enseñar a los pasantes. Ellos hacen trabajo esclavo: ayudan a los redactores, desgraban entrevistas, ese tipo de cosas.
—"Las extranjeras", tu última novela, podría haber sido una crónica…
Sí, pero no es un género en el que me sienta cómodo. Exige una investigación seria en el lugar donde ocurrió el hecho, un ida y vuelta con los protagonistas y un chequeo de que esas fuentes sean fidedignas. Lo verídico tiene un límite que es la intimidad de las personas. Esa parte narrativa que da el periodismo la tengo cubierta con la ficción. Para escribir una novela sólo se necesita imaginación.
—Ganaste el premio Tusquets con "Oscura monótona sangre". Sin embargo se le critica el final. ¿Estás de acuerdo con que fue brusco?
Yo quería que fuera angustiante, que el lector se quedara mal, con interrogantes. Ahora estoy escribiendo el guión porque el año que viene se filmará la película. La dirigirá Daniel Barone y el protagonista será encarnado por Julio Chávez. En cuanto a la historia, he cambiado todo, incluso el final. Mucho de lo que funciona en literatura puede no funcionar en cine.
—¿Cómo sos para escribir? ¿Metódico o caótico?
Soy absolutamente caótico, pero insistente. Lo hago directamente en la computadora, nunca a mano. Cuando me pongo a escribir no dejo de hacerlo. Mi hora favorita es el atardecer porque creo que la noche no es muy buena consejera. Siento que estoy escribiendo mejor de lo que realmente es y siempre debo corregir a la mañana siguiente. Si bien soy bastante desorganizado, anoto día a día los caracteres que escribo.
—Es lo que te dejó el periodismo…
Sí. Estoy acostumbrado a trabajar con el deadline. Y en la literatura eso no existe, podés extenderte meses. Hago una competencia conmigo mismo. Debo admitir que si no hay presión no puedo. Trato de convencer a la editorial de que voy a llegar en tal fecha para que preparen la publicación. Otra de las cosas que me dio fue la falta de temor a la página en blanco. El periodista tiene que escribir una nota y la termina sí o sí porque el editor la espera.
“Mi nueva novela se llamará No hay amores felices”, anticipa. Explica que los protagonistas de sus novelas llevan muchas cosas de él: incomodidades, situaciones, frases al pasar, lo complejo de su infancia y un ajuste de cuentas con su propia historia en la Facultad de Filosofía y Letras. Ha escrito alguna vez literatura infantil, pero admite que se siente más versátil en el policial negro: “Ese género resiste desde la realidad”.
—Si no fueras periodista y escritor, ¿a qué te dedicarías?
Habría tenido un bar o un restaurante. Me gustaría escribir una novela donde haya un Sergio Olguín que es empresario gastronómico. Mi viejo lo era, y yo de chico lavaba platos. Siempre fuimos de familia muy humilde. Pero dimos un salto económico muy grande y nuestra condición económica mejoró notablemente. Tal vez, si existiera una vida paralela, trabajaría de eso y diría con nostalgia que debería ser escritor.
—Ya no ejercés periodismo…
Lo dejé hace dos años cuando cerró la revista El Guardián. Nos habían indemnizado muy bien y decidí que era el momento ideal para apostar a la ficción. Varias editoriales estaban interesadas para que escriba para ellos. Después de 30 años, ya no quería hacer más notas. Ahora falta eso que tenía que ver con la bohemia del oficio. Estamos limitados por las empresas que han dejado poco margen para el desarrollo de un trabajo propio. Han empezado a controlar la hora de entrada y salida del periodista como si fuera un oficinista. Además se definen por sus posturas radicalmente ideológicas. Hay pocos matices.
—¿Dónde encontrás esos matices?
En el periodismo realmente independiente de los grandes medios: blogs y revistas. Creo que no hay notas que no se puedan escribir, siempre hay algún medio interesado en publicarlas. En caso de que no, la autogestión es una salida.
—¿Estás a favor de las escuelas de periodismo?
Me alejé, pero de alguna forma quería estar en contacto y hace un tiempo doy clases de cultura y espectáculos en TEA. Me parece que son necesarias porque reemplazan parte del trabajo que antes hacían los periodistas viejos en la enseñanza de la labor. Hoy esa formación falta dentro de las redacciones. No se dedica mucho a enseñar a los pasantes. Ellos hacen trabajo esclavo: ayudan a los redactores, desgraban entrevistas, ese tipo de cosas.
—"Las extranjeras", tu última novela, podría haber sido una crónica…
Sí, pero no es un género en el que me sienta cómodo. Exige una investigación seria en el lugar donde ocurrió el hecho, un ida y vuelta con los protagonistas y un chequeo de que esas fuentes sean fidedignas. Lo verídico tiene un límite que es la intimidad de las personas. Esa parte narrativa que da el periodismo la tengo cubierta con la ficción. Para escribir una novela sólo se necesita imaginación.
—Ganaste el premio Tusquets con "Oscura monótona sangre". Sin embargo se le critica el final. ¿Estás de acuerdo con que fue brusco?
Yo quería que fuera angustiante, que el lector se quedara mal, con interrogantes. Ahora estoy escribiendo el guión porque el año que viene se filmará la película. La dirigirá Daniel Barone y el protagonista será encarnado por Julio Chávez. En cuanto a la historia, he cambiado todo, incluso el final. Mucho de lo que funciona en literatura puede no funcionar en cine.
—¿Cómo sos para escribir? ¿Metódico o caótico?
Soy absolutamente caótico, pero insistente. Lo hago directamente en la computadora, nunca a mano. Cuando me pongo a escribir no dejo de hacerlo. Mi hora favorita es el atardecer porque creo que la noche no es muy buena consejera. Siento que estoy escribiendo mejor de lo que realmente es y siempre debo corregir a la mañana siguiente. Si bien soy bastante desorganizado, anoto día a día los caracteres que escribo.
—Es lo que te dejó el periodismo…
Sí. Estoy acostumbrado a trabajar con el deadline. Y en la literatura eso no existe, podés extenderte meses. Hago una competencia conmigo mismo. Debo admitir que si no hay presión no puedo. Trato de convencer a la editorial de que voy a llegar en tal fecha para que preparen la publicación. Otra de las cosas que me dio fue la falta de temor a la página en blanco. El periodista tiene que escribir una nota y la termina sí o sí porque el editor la espera.