Quién ha visto el viento que narra Carson McCullers
Por Germán Masserdotti. Alumno de Periodismo.
“Sólo después de sufrir tocas la verdad”, afirma la violonchelista Poldi Klein, protagonista de uno de los cuentos admirables de Carson Mc Cullers que fueron recopilados por Austral y Seix Barral, editoriales del Grupo Planeta en el volumen ¿Quién ha visto el viento? Cuentos.
La publicación, junto con «El mudo» y otros textos, El corazón es un cazador solitario, Reloj sin manecillas, El aliento del cielo y la balada del café triste, se suma al relanzamiento de la obra completa dado que en 2017 se cumplen 100 años del nacimiento y 50 años del fallecimiento de la escritora norteamericana nacida el 19 de febrero de 1917 en Columbus, Georgia, y fallecida el 29 de septiembre de 1967 en Nyack, Nueva York.
En realidad, podría decirse que es Carson McCullers la que habla a través de personajes como Poldi Klein en Poldi, el adolescente Sucker en el cuento homónimo, Constance en El aliento del cielo, Marian en ¿Quién ha visto el viento? o tantos otros.
Señala Elena Poniatowska en el prólogo de Iluminación y fulgor nocturno, que todos los personajes de Carson McCullers “avanzan sobre la cuerda floja, son frágiles, pacientes, simples, carecen de todo. Ni buenos ni malos, viven a la intemperie, cada día más frágiles”. Como Carson McCullers, por otra parte. Ella tocó la verdad de la vida humana sufriendo fiebre reumática, pleuresía, neumonía, parálisis parcial de su cuerpo, la silla de ruedas, problemas cardíacos y cáncer de mama.
¿Cómo no identificar a Carson McCullers con la Constance de El aliento del cielo cuando escribe que estaba “al aire libre otra vez. Bajo el cielo azul. Después de inhalar durante tantas semanas, en febriles respiraciones mezquinas, las paredes amarillas de su cuarto. Después de tener que contemplar el pesado pie de cama de su lecho, sintiendo que se caía y le aplastaba el tórax. Cielo azul. Frescor azul que se podía absorber hasta que toda ella estuviera empapada de color”.
¿O no hacerlo cuando Constance dijo “Madre” pero el final de esa palabra “quedó ahogado por el primer estallido de tos. Se inclinó hacia un lado de la tumbona, sintiendo los golpes en el pecho como mazazos surgidos de algún lugar desconocido en su interior. Llegaron, uno tras otro, con idéntica fuerza. Y cuando se liberó del último, siempre en sordina, estaba tan cansada que se recostó con entregada flacidez sobre el brazo de la tumbona, preguntándose si tendría alguna vez la fuerza suficiente para alzar la cabeza y superar el mareo que sentía”?
El arte de Carson McCullers fue revelar lo trágico y marginal de la fragilidad humana. Sus cuentos son un camino privilegiado para entrar a su mundo.
La publicación, junto con «El mudo» y otros textos, El corazón es un cazador solitario, Reloj sin manecillas, El aliento del cielo y la balada del café triste, se suma al relanzamiento de la obra completa dado que en 2017 se cumplen 100 años del nacimiento y 50 años del fallecimiento de la escritora norteamericana nacida el 19 de febrero de 1917 en Columbus, Georgia, y fallecida el 29 de septiembre de 1967 en Nyack, Nueva York.
En realidad, podría decirse que es Carson McCullers la que habla a través de personajes como Poldi Klein en Poldi, el adolescente Sucker en el cuento homónimo, Constance en El aliento del cielo, Marian en ¿Quién ha visto el viento? o tantos otros.
Señala Elena Poniatowska en el prólogo de Iluminación y fulgor nocturno, que todos los personajes de Carson McCullers “avanzan sobre la cuerda floja, son frágiles, pacientes, simples, carecen de todo. Ni buenos ni malos, viven a la intemperie, cada día más frágiles”. Como Carson McCullers, por otra parte. Ella tocó la verdad de la vida humana sufriendo fiebre reumática, pleuresía, neumonía, parálisis parcial de su cuerpo, la silla de ruedas, problemas cardíacos y cáncer de mama.
¿Cómo no identificar a Carson McCullers con la Constance de El aliento del cielo cuando escribe que estaba “al aire libre otra vez. Bajo el cielo azul. Después de inhalar durante tantas semanas, en febriles respiraciones mezquinas, las paredes amarillas de su cuarto. Después de tener que contemplar el pesado pie de cama de su lecho, sintiendo que se caía y le aplastaba el tórax. Cielo azul. Frescor azul que se podía absorber hasta que toda ella estuviera empapada de color”.
¿O no hacerlo cuando Constance dijo “Madre” pero el final de esa palabra “quedó ahogado por el primer estallido de tos. Se inclinó hacia un lado de la tumbona, sintiendo los golpes en el pecho como mazazos surgidos de algún lugar desconocido en su interior. Llegaron, uno tras otro, con idéntica fuerza. Y cuando se liberó del último, siempre en sordina, estaba tan cansada que se recostó con entregada flacidez sobre el brazo de la tumbona, preguntándose si tendría alguna vez la fuerza suficiente para alzar la cabeza y superar el mareo que sentía”?
El arte de Carson McCullers fue revelar lo trágico y marginal de la fragilidad humana. Sus cuentos son un camino privilegiado para entrar a su mundo.