PEÑA EN 4
Porque vergüenza no es ser puto. Vergüenza era perderse cada vez que venía a eter.
Por Marcelo Nusenovich
"Te va a cagar"
Esa era la frase que escuchaba nueve de cada diez veces cuando contaba que Fernando Peña iba a dar un taller de radio en ETER. En diciembre de 2006 había surgido la idea y casi seis meses después pudimos concretarla. El nexo fue Juan Butvilofsky, amigo, periodista y columnista de El parquímetro.
La primera reunión la tuvimos en los viejos estudios de Metro de la calle Honduras. No conocía a Peña y confieso que no sabía cómo tratarlo. No tenía claro si me iba a recibir el Peña mediático, explosivo, sacado y provocador o el Fernando tierno, irónico, cálido y transparente. De todos modos, no sabía como tratar a ninguno de los dos.
Después de media hora de charla sobre sus ganas de dar clases, me despedí con el acostumbrado beso-porteño-en-la-mejilla-que-en-realidad-es-un-choque-de-cachetes-casi-en-el-aire. "Es el último beso que doy. Yo saludo así". Así, era con las palmas juntas a la altura del pecho y una leve inclinación de la cabeza hacia adelante, en un gesto reverencial-oriental (de Uruguay, claro).
Quedamos en hablar en los días siguientes para delinear el contenido del curso y empezar a planificar las clases. Cuando te toca trabajar con ciertos personajes "célebres" o "famosos" tenés que estar preparado para hacerles marca personal y pedirles setenta veces las cosas. Con esta premisa, más el combo Peña de transgresión-merca-SIDA-alcohol-agresividad que me habían querido vender, estaba listo para mi titánica tarea de coordinación del taller.
Un domingo cualquiera a las 13
"¿Qué hacés Marcelito?" El identificador de llamadas del celular decía Peña. Con sorpresa y un poco de miedo atendí y el tipo empezó a disparar ideas que se le habían ocurrido para las clases. Anoté algunas y otras intenté retenerlas en mi conciencia. Primer mito destrozado: "no te va a dar bola y vas a tener que perseguirlo".
A partir de ahí el curso empezó a tomar forma: serían cuatro clases con cuatro conceptos, sólo para gente vinculada a la radio, el teatro y la comunicación, para evitar a los curiosos/fans. Había que ponerle un nombre al taller. Al pensar en cuatro clases, cuatro conceptos, brotó un título perfecto: "Peña en 4". Claro, era perfecto si el que lo ponía era él. Un mortal coordinador de seminarios de ETER no se atrevía a preguntarle qué le parecía y, por eso, la frase murió antes de ser parida. En el mundo Peña todo valía si se hablaba, así que, a la distancia, puedo considerar mi silencio como un error.
"Yo veo radio"
Así se llamó finalmente el taller. Llevaba un par de meses coordinando los preparativos y todavía revoloteaba la idea del "huracán Fernando". Mis preocupaciones eran varias y en mi cabeza se iba formando una lista de prioridades:
¿Mandará a la mierda a algún alumno?
¿Se quedará en pelotas en el medio del aula?
¿Le fregará la pija en la cara al de la primera fila?
¿Vendrá a contar anécdotas y a robar la guita?
¿Llegará puntual?
¿Llegará?
"¿Peña va a dar un taller en ETER? Te va a cagar…"
Efectos
En el primer piso de ETER estaba todo listo. El aula-estudio "Efectos" era el escenario elegido. Ese miércoles, 30 minutos antes de la hora de inicio, Fernando llamó e hizo el primer pedido: "Necesito que compres unos peluches, leche, huevos, una batidora manual y un bowl". Ok, dije, sin preguntarle para qué.
Vestido con una remera con la cara de Dalí, agujereada y con las mangas cortadas, y un jean con dibujos hechos con lapicera BIC, entró al aula con su maletín en una mano y el celular con stickers rosados con formas de corazones en la otra.
¿Qué tomás? ¿Café, té, agua, coca?
Cerveza.
Me cagó. En mi pacata paleta de respuestas posibles, esa no estaba. ¿Cómo un docente iba a tomar cerveza en la clase? Trajimos un par de botellas de la marca mexicana que le gustaba y empezó el show.
De la primera clase rescato algunas sensaciones. Después de veinte minutos de introducción y explicación del contenido del curso y la forma de trabajo, Fernando hizo una pausa y dijo algo así: "Ahora que pasó un tiempo los voy a mirar a los ojos. Ustedes no se dieron cuenta, pero desde que entré traté de no mirar a nadie a los ojos para no incomodarlos: noté que no podían sostenerme la mirada".
Tenía todas sus ideas escritas en un anotador. Era una descripción detallada del contenido teórico y los ejercicios que planificaba para cada clase.
"Te va a cagar, ya vas a ver..."
Para entender la provocación pensada e intencional de una parte, hay que comprender la estupidez de la otra. Antes de empezar a desarrollar el primer tema, Peña aclaró que él venía a hablar durante tres horas, en el aula, y que podían preguntarle lo que quisieran, pero adelante de todos y en ese marco. Remarcó que no le gustaba que se acercaran de a uno al final de la clase porque, para él, la mejor manera de desinhibirse y ganar seguridad era expresándose frente a un grupo. Por último, pidió que no le dieran demos o programas de radio porque no tenía tiempo ni ganas de escucharlos. Duro, pero sincero. ¿O preferimos al amable hipócrita que recibe el cd y promete escucharlo, aún sabiendo que lo usará para apoyar vasos, en el mejor de los casos?
Por supuesto que al final de la clase se acercaron dos pelotudos para decirle a Fernando que tenían un programa de radio y que les gustaría que lo escuchara y les diera su opinión...
Ah. Los peluches eran para que los alumnos intentaran describir seres inanimados, multicolores y no tradicionales, sin que los demás pudieran verlos. De hecho hizo sentar a todos de espaldas y a oscuras para que desarrollaran la imaginación. El bowl, la leche, los huevos y la batidora fueron los implementos con los que, con una voz que era un mix entre La Mega y Milagritos, mostró dos maneras de pasar una receta por radio: una muy aburrida y lineal, y otra creativa, sugerente, cautivante, colorida y sonora. Con el auditorio de espaldas y la luz apagada, Fernando iba describiendo los pasos a seguir mientras cascaba los huevos y los mezclaba con la "leche" en el bowl. Cuando terminó de hacer el show del gourmet, todos vieron que en realidad lo que había volcado en el recipiente era cerveza. La leche estaba intacta en el sachet. Pensá en radio. Los sonidos y las palabras se transforman en sensaciones. Lo que importa es lo que se percibe. Lo que importa es no ser obvio. Lo que importa es lo que se sugiere. Lo que importa es la cerveza...
Prueba superada
Después de un par de miércoles, ya nos habíamos acostumbrado a esperarlo con las Corona frías. Error.
(Celular - Caller ID: Peña)
- "Hoy tengo ganas de tomar un tinto".
Nunca agradecí tanto tener un supermercado chino frente a ETER. Con el Nieto Senetiner en mano, mi misión imposible era conseguir una copa de vino en algún rincón de Villa Crespo (en 5 minutos, claro). Después de dar unas vueltas asumí el fracaso y volví pensando "no puedo darle vino en un vaso común. Es Peña..." Con esa culpa sobre mis hombros intenté esbozar una excusa para salvar la ausencia de la puta copa.. Me interrumpió con la intención de tranquilizarme y minimizar el hecho, con un gesto en su cara que, traducido al español, sería: "Pero no seas boludo…" Mezclaba excentricidades con cosas de barrio o de reo. Al abrir la botella se derramó un poco de vino sobre la mesa. Antes de poder reaccionar, Fernando estiró su remera, la convirtió en trapo y limpió el vino.
En los recreos nos quedábamos charlando en el aula. Más allá de su verborragia y su necesidad de comunicar todo el tiempo, era una simple pero firme mirada la que te descolocaba. "¿Y vos cómo estás?" Esa frase tan sencilla y trivial pesaba 25 kilos más cuando te la decía Fernando Peña con sus ojos clavados en los tuyos. Le gustaba escuchar. O al menos durante esos días, así fue.
Escenas finales
El llamado previo a cada clase ya era un clásico.
- "Marcelito, me perdí otra vez. Soy un boludo. ¿Cómo llego desde Eduardo Acevedo? Me fui a Parque Cententario".
El último día llegó antes que yo. Cuando abrí la puerta de Secretaría Académica, vi a Peña a oscuras, sentado en la silla de las secretarias, sellando toda la superficie del escritorio con los sellos de ETER. Habría pagado por ver a algún alumno de la escuela yendo a pedirle un certificado a Sol o Alicia y encontrándose con Peña jugando a ser un empleado público.
- "Fernando, ¿te puedo dar la mano?"
- "Sí, claro."
La escena ocurrió en el pasillo del primer piso. Cuando terminaba su taller comenzaba el tránsito de gente del turno noche. "Sacame", me decía casi suplicando. Lo entendía como un pedido de protección y un mimo. Siempre mantenía breves diálogos con los chicos y chicas que lo saludaban.
- "Fernando, ¿una foto?
- "No. Me preguntaste si me podías dar la mano, no sacarte una foto. Chau".
Esas reacciones descolocaban a muchos que no entendían que la intención no era la de ser amargo o conflictivo. Buscaba que cada uno se hiciera cargo de lo que le correspondía, por acción u omisión.
Muchos de los conceptos que volcó en el taller eran contradictorios. Pero se hacía cargo (a veces). Algunos elementos descriptivos y recursos para dar clases los tomé de aquellas jornadas y los sigo aplicando con resultados sorprendentes. Era un tipo con una percepción híper desarrollada.
Los que fueron al curso a ver y oir a las criaturas se habrán sentido desilusionados cuando disparó de entrada: "no voy a hacer a mis criaturas acá. Para eso, paguen y vayan al teatro". Sin embargo, los que asistieron a la primera de las dos ediciones del taller tuvieron una inesperada recompensa: en la mitad de una clase sonó su celular para que saliera al aire la columna habitual de Milagritos López en el programa de Mario Mactas. No le gustaba que la gente escuchara a las criaturas y viera la cara de Peña. Sentado en una silla detrás del escritorio, se escondió detrás de su maletín abierto y dejó salir a la cubana por varios minutos. "Al que piensa bonito, le va bonito". Aplausos, ovación, final de la historia.
Fernando Peña:
Montevideo 31 de enero de 1963
Buenos Aires 17 de junio de 2009
"Te va a cagar"
Esa era la frase que escuchaba nueve de cada diez veces cuando contaba que Fernando Peña iba a dar un taller de radio en ETER. En diciembre de 2006 había surgido la idea y casi seis meses después pudimos concretarla. El nexo fue Juan Butvilofsky, amigo, periodista y columnista de El parquímetro.
La primera reunión la tuvimos en los viejos estudios de Metro de la calle Honduras. No conocía a Peña y confieso que no sabía cómo tratarlo. No tenía claro si me iba a recibir el Peña mediático, explosivo, sacado y provocador o el Fernando tierno, irónico, cálido y transparente. De todos modos, no sabía como tratar a ninguno de los dos.
Después de media hora de charla sobre sus ganas de dar clases, me despedí con el acostumbrado beso-porteño-en-la-mejilla-que-en-realidad-es-un-choque-de-cachetes-casi-en-el-aire. "Es el último beso que doy. Yo saludo así". Así, era con las palmas juntas a la altura del pecho y una leve inclinación de la cabeza hacia adelante, en un gesto reverencial-oriental (de Uruguay, claro).
Quedamos en hablar en los días siguientes para delinear el contenido del curso y empezar a planificar las clases. Cuando te toca trabajar con ciertos personajes "célebres" o "famosos" tenés que estar preparado para hacerles marca personal y pedirles setenta veces las cosas. Con esta premisa, más el combo Peña de transgresión-merca-SIDA-alcohol-agresividad que me habían querido vender, estaba listo para mi titánica tarea de coordinación del taller.
Un domingo cualquiera a las 13
"¿Qué hacés Marcelito?" El identificador de llamadas del celular decía Peña. Con sorpresa y un poco de miedo atendí y el tipo empezó a disparar ideas que se le habían ocurrido para las clases. Anoté algunas y otras intenté retenerlas en mi conciencia. Primer mito destrozado: "no te va a dar bola y vas a tener que perseguirlo".
A partir de ahí el curso empezó a tomar forma: serían cuatro clases con cuatro conceptos, sólo para gente vinculada a la radio, el teatro y la comunicación, para evitar a los curiosos/fans. Había que ponerle un nombre al taller. Al pensar en cuatro clases, cuatro conceptos, brotó un título perfecto: "Peña en 4". Claro, era perfecto si el que lo ponía era él. Un mortal coordinador de seminarios de ETER no se atrevía a preguntarle qué le parecía y, por eso, la frase murió antes de ser parida. En el mundo Peña todo valía si se hablaba, así que, a la distancia, puedo considerar mi silencio como un error.
"Yo veo radio"
Así se llamó finalmente el taller. Llevaba un par de meses coordinando los preparativos y todavía revoloteaba la idea del "huracán Fernando". Mis preocupaciones eran varias y en mi cabeza se iba formando una lista de prioridades:
¿Mandará a la mierda a algún alumno?
¿Se quedará en pelotas en el medio del aula?
¿Le fregará la pija en la cara al de la primera fila?
¿Vendrá a contar anécdotas y a robar la guita?
¿Llegará puntual?
¿Llegará?
"¿Peña va a dar un taller en ETER? Te va a cagar…"
Efectos
En el primer piso de ETER estaba todo listo. El aula-estudio "Efectos" era el escenario elegido. Ese miércoles, 30 minutos antes de la hora de inicio, Fernando llamó e hizo el primer pedido: "Necesito que compres unos peluches, leche, huevos, una batidora manual y un bowl". Ok, dije, sin preguntarle para qué.
Vestido con una remera con la cara de Dalí, agujereada y con las mangas cortadas, y un jean con dibujos hechos con lapicera BIC, entró al aula con su maletín en una mano y el celular con stickers rosados con formas de corazones en la otra.
¿Qué tomás? ¿Café, té, agua, coca?
Cerveza.
Me cagó. En mi pacata paleta de respuestas posibles, esa no estaba. ¿Cómo un docente iba a tomar cerveza en la clase? Trajimos un par de botellas de la marca mexicana que le gustaba y empezó el show.
De la primera clase rescato algunas sensaciones. Después de veinte minutos de introducción y explicación del contenido del curso y la forma de trabajo, Fernando hizo una pausa y dijo algo así: "Ahora que pasó un tiempo los voy a mirar a los ojos. Ustedes no se dieron cuenta, pero desde que entré traté de no mirar a nadie a los ojos para no incomodarlos: noté que no podían sostenerme la mirada".
Tenía todas sus ideas escritas en un anotador. Era una descripción detallada del contenido teórico y los ejercicios que planificaba para cada clase.
"Te va a cagar, ya vas a ver..."
Para entender la provocación pensada e intencional de una parte, hay que comprender la estupidez de la otra. Antes de empezar a desarrollar el primer tema, Peña aclaró que él venía a hablar durante tres horas, en el aula, y que podían preguntarle lo que quisieran, pero adelante de todos y en ese marco. Remarcó que no le gustaba que se acercaran de a uno al final de la clase porque, para él, la mejor manera de desinhibirse y ganar seguridad era expresándose frente a un grupo. Por último, pidió que no le dieran demos o programas de radio porque no tenía tiempo ni ganas de escucharlos. Duro, pero sincero. ¿O preferimos al amable hipócrita que recibe el cd y promete escucharlo, aún sabiendo que lo usará para apoyar vasos, en el mejor de los casos?
Por supuesto que al final de la clase se acercaron dos pelotudos para decirle a Fernando que tenían un programa de radio y que les gustaría que lo escuchara y les diera su opinión...
Ah. Los peluches eran para que los alumnos intentaran describir seres inanimados, multicolores y no tradicionales, sin que los demás pudieran verlos. De hecho hizo sentar a todos de espaldas y a oscuras para que desarrollaran la imaginación. El bowl, la leche, los huevos y la batidora fueron los implementos con los que, con una voz que era un mix entre La Mega y Milagritos, mostró dos maneras de pasar una receta por radio: una muy aburrida y lineal, y otra creativa, sugerente, cautivante, colorida y sonora. Con el auditorio de espaldas y la luz apagada, Fernando iba describiendo los pasos a seguir mientras cascaba los huevos y los mezclaba con la "leche" en el bowl. Cuando terminó de hacer el show del gourmet, todos vieron que en realidad lo que había volcado en el recipiente era cerveza. La leche estaba intacta en el sachet. Pensá en radio. Los sonidos y las palabras se transforman en sensaciones. Lo que importa es lo que se percibe. Lo que importa es no ser obvio. Lo que importa es lo que se sugiere. Lo que importa es la cerveza...
Prueba superada
Después de un par de miércoles, ya nos habíamos acostumbrado a esperarlo con las Corona frías. Error.
(Celular - Caller ID: Peña)
- "Hoy tengo ganas de tomar un tinto".
Nunca agradecí tanto tener un supermercado chino frente a ETER. Con el Nieto Senetiner en mano, mi misión imposible era conseguir una copa de vino en algún rincón de Villa Crespo (en 5 minutos, claro). Después de dar unas vueltas asumí el fracaso y volví pensando "no puedo darle vino en un vaso común. Es Peña..." Con esa culpa sobre mis hombros intenté esbozar una excusa para salvar la ausencia de la puta copa.. Me interrumpió con la intención de tranquilizarme y minimizar el hecho, con un gesto en su cara que, traducido al español, sería: "Pero no seas boludo…" Mezclaba excentricidades con cosas de barrio o de reo. Al abrir la botella se derramó un poco de vino sobre la mesa. Antes de poder reaccionar, Fernando estiró su remera, la convirtió en trapo y limpió el vino.
En los recreos nos quedábamos charlando en el aula. Más allá de su verborragia y su necesidad de comunicar todo el tiempo, era una simple pero firme mirada la que te descolocaba. "¿Y vos cómo estás?" Esa frase tan sencilla y trivial pesaba 25 kilos más cuando te la decía Fernando Peña con sus ojos clavados en los tuyos. Le gustaba escuchar. O al menos durante esos días, así fue.
Escenas finales
El llamado previo a cada clase ya era un clásico.
- "Marcelito, me perdí otra vez. Soy un boludo. ¿Cómo llego desde Eduardo Acevedo? Me fui a Parque Cententario".
El último día llegó antes que yo. Cuando abrí la puerta de Secretaría Académica, vi a Peña a oscuras, sentado en la silla de las secretarias, sellando toda la superficie del escritorio con los sellos de ETER. Habría pagado por ver a algún alumno de la escuela yendo a pedirle un certificado a Sol o Alicia y encontrándose con Peña jugando a ser un empleado público.
- "Fernando, ¿te puedo dar la mano?"
- "Sí, claro."
La escena ocurrió en el pasillo del primer piso. Cuando terminaba su taller comenzaba el tránsito de gente del turno noche. "Sacame", me decía casi suplicando. Lo entendía como un pedido de protección y un mimo. Siempre mantenía breves diálogos con los chicos y chicas que lo saludaban.
- "Fernando, ¿una foto?
- "No. Me preguntaste si me podías dar la mano, no sacarte una foto. Chau".
Esas reacciones descolocaban a muchos que no entendían que la intención no era la de ser amargo o conflictivo. Buscaba que cada uno se hiciera cargo de lo que le correspondía, por acción u omisión.
Muchos de los conceptos que volcó en el taller eran contradictorios. Pero se hacía cargo (a veces). Algunos elementos descriptivos y recursos para dar clases los tomé de aquellas jornadas y los sigo aplicando con resultados sorprendentes. Era un tipo con una percepción híper desarrollada.
Los que fueron al curso a ver y oir a las criaturas se habrán sentido desilusionados cuando disparó de entrada: "no voy a hacer a mis criaturas acá. Para eso, paguen y vayan al teatro". Sin embargo, los que asistieron a la primera de las dos ediciones del taller tuvieron una inesperada recompensa: en la mitad de una clase sonó su celular para que saliera al aire la columna habitual de Milagritos López en el programa de Mario Mactas. No le gustaba que la gente escuchara a las criaturas y viera la cara de Peña. Sentado en una silla detrás del escritorio, se escondió detrás de su maletín abierto y dejó salir a la cubana por varios minutos. "Al que piensa bonito, le va bonito". Aplausos, ovación, final de la historia.
Fernando Peña:
Montevideo 31 de enero de 1963
Buenos Aires 17 de junio de 2009