Los consejos de escritura de Hernán Casciari
Los treinta participantes del Taller de Anécdotas Mejoradas entran tímidos al aula donde Hernán Casciari y Christian Basilis -periodista, guionista y compañero de aventuras editoriales- están por comenzar a leer sus historias.
La consigna que el creador de Revista Orsai había mandado por correo era clara: “El viernes, cara de póker. Que nadie sepa cuál es tu anécdota”. ¿Por qué? Por un lado, para que ninguno se sienta expuesto ante el intercambio de opiniones respecto a la redacción. Por otro, porque Casciari tenía un as guardado en la manga: “Cuando terminemos de leer todas las anécdotas, haremos un “prode”. Ustedes tendrán que intentar adivinar quién es el autor o la autora de cada historia, al que más aciertos tiene, le devolvemos el dinero del taller”. A partir de entonces, la mirada de los participantes cambió; de simples observadores/escuchas, se transformaron en linces. Ante cada lectura en voz alta buscaban, sagaces, algún indicio entre los compañeros para intentar descubrir, en el autor encubierto, algún gesto, cierto modo de estar atento a las correcciones o vaya a saber qué síntoma escondido. El premio ameritaba la perspicacia.
Las historias giraron en torno a amores prohibidos, traiciones familiares, terror a bordo de un avión, recuerdos de infancia y un asesinato. Hasta el recuerdo de Néstor Kirchner se coló entre las anécdotas. Y entre relato y relato, Casciari y Basilis revelaban secretos de escritura: “El conflicto motoriza la historia. Si no hay conflicto, se pierde el interés”. O bien: “No hay que darle al lector todo masticado, las explicaciones, en general, redundan y el texto pierde fuerza”.
También hubo tiempo para el intercambio de impresiones sobre cómo leemos, o consumimos contenidos, hoy. “No me des suspenso, generame una experiencia YA, andá al grano”, aconseja Casciari, y concluye: “La gente está más deshabituada a leer un texto largo, pero no a que le cuenten una buena historia”.
Quizás por eso, por las buenas historias o los relatos que nos conmueven, es que los participantes fueron recibiendo, uno a uno, las devoluciones de los profesores y compañeros con interés y humildad.
El aplauso final fue cálido y agradecido. Eso sí, Casciari se quedó como una hora más dedicando libros y charlando con todos. Es que como contador de historias, nadie mejor que él.
La consigna que el creador de Revista Orsai había mandado por correo era clara: “El viernes, cara de póker. Que nadie sepa cuál es tu anécdota”. ¿Por qué? Por un lado, para que ninguno se sienta expuesto ante el intercambio de opiniones respecto a la redacción. Por otro, porque Casciari tenía un as guardado en la manga: “Cuando terminemos de leer todas las anécdotas, haremos un “prode”. Ustedes tendrán que intentar adivinar quién es el autor o la autora de cada historia, al que más aciertos tiene, le devolvemos el dinero del taller”. A partir de entonces, la mirada de los participantes cambió; de simples observadores/escuchas, se transformaron en linces. Ante cada lectura en voz alta buscaban, sagaces, algún indicio entre los compañeros para intentar descubrir, en el autor encubierto, algún gesto, cierto modo de estar atento a las correcciones o vaya a saber qué síntoma escondido. El premio ameritaba la perspicacia.
Las historias giraron en torno a amores prohibidos, traiciones familiares, terror a bordo de un avión, recuerdos de infancia y un asesinato. Hasta el recuerdo de Néstor Kirchner se coló entre las anécdotas. Y entre relato y relato, Casciari y Basilis revelaban secretos de escritura: “El conflicto motoriza la historia. Si no hay conflicto, se pierde el interés”. O bien: “No hay que darle al lector todo masticado, las explicaciones, en general, redundan y el texto pierde fuerza”.
También hubo tiempo para el intercambio de impresiones sobre cómo leemos, o consumimos contenidos, hoy. “No me des suspenso, generame una experiencia YA, andá al grano”, aconseja Casciari, y concluye: “La gente está más deshabituada a leer un texto largo, pero no a que le cuenten una buena historia”.
Quizás por eso, por las buenas historias o los relatos que nos conmueven, es que los participantes fueron recibiendo, uno a uno, las devoluciones de los profesores y compañeros con interés y humildad.
El aplauso final fue cálido y agradecido. Eso sí, Casciari se quedó como una hora más dedicando libros y charlando con todos. Es que como contador de historias, nadie mejor que él.