“ÉL PELEA POR LA GLORIA, YO PORQUE TENÍA HAMBRE”
Alejado de las luces que lo iluminaron en la cima del boxeo, Juan Martín “Látigo” Coggi dedica a entrenar a quien más ama en la vida: su hijo Martín.
Por Maximiliano Acosta (@acostamaxi), Martín Mena (@martinnmena), Leandro Farías (@lean_farias) y Ezequiel Tognola (@ezequieliniers) Fotografía: Nicolás Aboaf (@nicolasaboaf)
Existe un momento que a Juan Martín Coggi lo hace putear varias veces. No es la derrota del Título Mundial Welter Junior ante Loreto Garza en Niza. Tampoco la posibilidad trunca de enfrentar a su ídolo Julio César Chávez en Las Vegas, ni los amigos que huyeron cuando la convertibilidad y el efecto tequila le obligaron a vender sus campos hasta casi quedar en bancarrota. Ese recuerdo está atesorado en la memoria. Esta vez el protagonista principal no es él, sino su hijo Martín, que en esa filmación mental aparece arriba de un ring con el tabique quebrado y el rostro ensangrentado. El pibe hacia meses que le insistía con pelear. El padre se negó pero mucho no soportó. Lo llevó al gimnasio donde entrenaba a sus pupilos. “Lo llamé a uno de mis chicos, y le dije: maltratameló pero no me lo mates. La primera que le pegó le rompió la nariz. Se le llenó la cara de sangre. Vino al rincón y le dije ` ¿Viste lo que es esto? Basta, vámonos´. Me dijo que no, que yo a este negro lo voy a cagar a piñas”, rememora.
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Existe un momento que a Juan Martín Coggi lo hace putear varias veces. No es la derrota del Título Mundial Welter Junior ante Loreto Garza en Niza. Tampoco la posibilidad trunca de enfrentar a su ídolo Julio César Chávez en Las Vegas, ni los amigos que huyeron cuando la convertibilidad y el efecto tequila le obligaron a vender sus campos hasta casi quedar en bancarrota. Ese recuerdo está atesorado en la memoria. Esta vez el protagonista principal no es él, sino su hijo Martín, que en esa filmación mental aparece arriba de un ring con el tabique quebrado y el rostro ensangrentado. El pibe hacia meses que le insistía con pelear. El padre se negó pero mucho no soportó. Lo llevó al gimnasio donde entrenaba a sus pupilos. “Lo llamé a uno de mis chicos, y le dije: maltratameló pero no me lo mates. La primera que le pegó le rompió la nariz. Se le llenó la cara de sangre. Vino al rincón y le dije ` ¿Viste lo que es esto? Basta, vámonos´. Me dijo que no, que yo a este negro lo voy a cagar a piñas”, rememora.
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