LA EX ESMA, UN PASEO POR LA MEMORIA
Por Milagros Moreni
Cinco mil detenidos, 200 sobrevivientes, esclavitud, un sinfín de torturas, secretos que sobreviven hasta hoy entramados en una red de horror, habitaron el emblemático edificio de la ex ESMA, esa Escuela de Mecánica de la Armada que funcionó como el epicentro de poder del militar Emilio Eduardo Massera durante la dictadura argentina iniciada en 1976, pero que hoy es un Espacio de Memoria y Derechos Humanos.
Aunque pasaron 39 años de la oscuridad signada por la violencia y la represión, y se alcanzó -luego de varias y distintas etapas- una política en Derechos Humanos que vela por la memoria, la verdad y la justicia, la ex ESMA no puedo despojarse de los pasillos del horror, del lugar donde operó el Grupo de Tareas 3.3.2, en el que en un edificio de cuatro plantas ubicado en un gran predio en Avenida del Libertador y denominado “Casino de Oficiales” envolvió la planificación de secuestros, detenciones e interrogatorios bajo tortura.
Pese a que podrían hacerse infinitas reconstrucciones de casos que pasaron por ese lugar y duraron entre horas y años, Nicolás Sassone, un guía que trabaja en el Espacio por la Memoria, recibe a los alumnos de 2° año de la carrera de Periodismo de la Escuela Eter y los convoca a “preguntar, opinar o disentir”. Más allá de lo que está ahí para ser visto, Sassone asegura: “Me resulta interesante la cuestión colectiva pero a la vez única. Todos pretendemos una sociedad más justa, e igualitaria y más allá de la posición política que tomemos es fundamental pensar el pasado, sobre todo el inmediato”.
Hace frío, los estudiantes caminan por el terreno y mientras escuchan, observan lo que pueden. Por el momento están suspendidas las visitas guiadas, y aunque está confirmado que se van a reabrir, aún no se sabe cuándo. Es que a partir de la composición de un órgano ejecutivo tripartito a cargo del predio, integrado por un representante del Gobierno Nacional, uno del Gobierno de la Ciudad y uno del Directorio de Organismos de DDHH se resolvió luego de debates cambiar la muestra que exhibía el lugar tal cual la marina entregó el edificio en el 2004 para ahora hacer una exposición estética, de museo. Este cambio de paradigma respecto a lo que se quiere mostrar conlleva a que la construcción permanezca temporalmente cerrada y el acceso inhabilitado.
Es por esto que los alumnos no pudieron pisar la planta baja y los dos primeros pisos donde estaban las habitaciones de los oficiales y un salón donde se lo vio en algunas oportunidades a Massera, tampoco el sótano ni el tercer piso, ni el altillo donde funcionaba el centro de detención. No pudieron ver la maternidad donde nacieron alrededor de treinta bebés, ni la enfermería que preparaba a los detenidos para sus “vuelos de la muerte”. No vieron las salas de tortura del sótano, aquellas en las que había camastros metálicos y una picana al lado. Tampoco “Capucha”, ese lugar en el que había lo que los marinos llamaban "cuchas", de aproximadamente 75 centímetros de ancho y donde los detenidos permanecían en una colchoneta, encapuchados, con las manos esposadas y los pies engrillados, acostados sin poder hablar ni levantarse. No pisaron el “Pañol”, en donde se guardaba lo que se les robaba a las personas secuestradas o a sus familiares, ni la “Pecera”, donde se llevaba a cabo el trabajo esclavo intelectual, ese espacio que se definió como “lo más parecido a una redacción de diarios con la particularidad de que todos los redactores estaban encadenados a sus escritorios”.
Ellos no vieron nada de eso pero Sassone no omitió detalles, invitó a los estudiantes a que se sienten en el pasto y por más de tres horas les regalo al sol datos, historias y momentos que sirvieron para al menos imaginar todos esos espacios que hoy están cerrados y que, quizás, cuando vuelvan a abrirse ya no sean iguales.
Aunque pasaron 39 años de la oscuridad signada por la violencia y la represión, y se alcanzó -luego de varias y distintas etapas- una política en Derechos Humanos que vela por la memoria, la verdad y la justicia, la ex ESMA no puedo despojarse de los pasillos del horror, del lugar donde operó el Grupo de Tareas 3.3.2, en el que en un edificio de cuatro plantas ubicado en un gran predio en Avenida del Libertador y denominado “Casino de Oficiales” envolvió la planificación de secuestros, detenciones e interrogatorios bajo tortura.
Pese a que podrían hacerse infinitas reconstrucciones de casos que pasaron por ese lugar y duraron entre horas y años, Nicolás Sassone, un guía que trabaja en el Espacio por la Memoria, recibe a los alumnos de 2° año de la carrera de Periodismo de la Escuela Eter y los convoca a “preguntar, opinar o disentir”. Más allá de lo que está ahí para ser visto, Sassone asegura: “Me resulta interesante la cuestión colectiva pero a la vez única. Todos pretendemos una sociedad más justa, e igualitaria y más allá de la posición política que tomemos es fundamental pensar el pasado, sobre todo el inmediato”.
Hace frío, los estudiantes caminan por el terreno y mientras escuchan, observan lo que pueden. Por el momento están suspendidas las visitas guiadas, y aunque está confirmado que se van a reabrir, aún no se sabe cuándo. Es que a partir de la composición de un órgano ejecutivo tripartito a cargo del predio, integrado por un representante del Gobierno Nacional, uno del Gobierno de la Ciudad y uno del Directorio de Organismos de DDHH se resolvió luego de debates cambiar la muestra que exhibía el lugar tal cual la marina entregó el edificio en el 2004 para ahora hacer una exposición estética, de museo. Este cambio de paradigma respecto a lo que se quiere mostrar conlleva a que la construcción permanezca temporalmente cerrada y el acceso inhabilitado.
Es por esto que los alumnos no pudieron pisar la planta baja y los dos primeros pisos donde estaban las habitaciones de los oficiales y un salón donde se lo vio en algunas oportunidades a Massera, tampoco el sótano ni el tercer piso, ni el altillo donde funcionaba el centro de detención. No pudieron ver la maternidad donde nacieron alrededor de treinta bebés, ni la enfermería que preparaba a los detenidos para sus “vuelos de la muerte”. No vieron las salas de tortura del sótano, aquellas en las que había camastros metálicos y una picana al lado. Tampoco “Capucha”, ese lugar en el que había lo que los marinos llamaban "cuchas", de aproximadamente 75 centímetros de ancho y donde los detenidos permanecían en una colchoneta, encapuchados, con las manos esposadas y los pies engrillados, acostados sin poder hablar ni levantarse. No pisaron el “Pañol”, en donde se guardaba lo que se les robaba a las personas secuestradas o a sus familiares, ni la “Pecera”, donde se llevaba a cabo el trabajo esclavo intelectual, ese espacio que se definió como “lo más parecido a una redacción de diarios con la particularidad de que todos los redactores estaban encadenados a sus escritorios”.
Ellos no vieron nada de eso pero Sassone no omitió detalles, invitó a los estudiantes a que se sienten en el pasto y por más de tres horas les regalo al sol datos, historias y momentos que sirvieron para al menos imaginar todos esos espacios que hoy están cerrados y que, quizás, cuando vuelvan a abrirse ya no sean iguales.